Digamos, en un supuesto, que conocí al chico perfecto
y todo lo que hacía, al igual que él, era perfecto.
Perfecto en su simpatía.
Perfecto en la forma de hablar, de sonreir.
Perfecto en la forma de besar.
Perfecto en la manera que tenía de cogerme por debajo de la mandíbula y de posar su mano sobre mi cuello.
Perfecto en todo.
Perfecto en la forma de utilizar a la gente.
Perfecto en la manera de mentir.
Perfecto en crear excusas y distorsionar la realidad.
Ojalá aquel chico hubiera tenido algún fallo.
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